La Gomera


La Gomera es una de las siete islas principales de las islas Canarias (España), y la segunda más pequeña. Está situada en el océano Atlántico, en la parte occidental del archipiélago. Pertenece a la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Su capital es San Sebastián de La Gomera, donde se ubica la sede del Cabildo Insular. La isla es desde el año 2012 Reserva de la Biosfera.

En el centro de la isla se encuentra el Parque Nacional de Garajonay, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986 por la Unesco. Por su parte el Silbo gomero (lenguaje silbado heredado de los aborígenes gomeros), también es Patrimonio de la Humanidad desde 2009. La Gomera tiene una población de 20.940 habitantes para 2016,2 por lo que es la sexta isla de Canarias en cuanto a población. También ocupa el sexto lugar en extensión con una superficie de 369,76 km².

La Gomera tiene una superficie de 369,76 km². Su punto más alto es el pico Garajonay, con 1.487 m de altitud, que pertenece al Parque Nacional de Garajonay. La isla tiene unos 12 millones de años de antigüedad. También es conocida como la isla colombina, porque fue lugar de avituallamiento de Cristóbal Colón antes de partir al Nuevo Mundo en 1492.
La población de derecho de la isla es de 21.680 habitantes (INE, enero de 2011). En los años 50 del pasado siglo llegó a tener alrededor de unos 30.000 habitantes.


Vamos a ir directos al grano desde el principio: No merece la pena visitar la isla de La Gomera en una excursión de un día. Ese tipo de viaje, cogiendo el ferry desde Los Cristianos en Tenerife, para pasar sólo unas cuantas horas en un autobús que nos lleva a toda prisa a los lugares más característicos de esta bella isla, no nos dejará grandes recuerdos. De hecho las opiniones de las personas que lo han hecho suelen ser similares: curvas, mucho autobús, desfiladeros, pueblos pequeños, Garajonay,… poco más. La Gomera se merece, sin duda, una estancia bastante más larga.
Una pena ya que la geografía abrupta y espectacular de La Gomera es su primer aliado. El que la ha conservado tal y como es, el que ha hecho que muchos de sus habitantes tuvieran que emigrar y el que hoy debería ser el primer elemento de su preservación. La Gomera, junto a El Hierro, La Palma y la zona norte de Tenerife deberían ser el ejemplo de un nuevo turismo, menos masificado, más especializado y cuidado. Hoy el turismo sostenible debe ser un turismo de nicho, de escala más reducida y con personas que son más viajeros que turistas. Turismo activo, turismo deportivo y cultural, turismo que protege y desarrolla el patrimonio cultural, monumental y natural, integrándolo en una economía que favorece a la población que vive en esa zona.



Este esbozo de modelo se está construyendo poco a poco en Las Islas Canarias, en Madeira y en muchas otras partes del mundo, pero aún necesita mucho apoyo de las instituciones públicas para ser una alternativa, y un complemento indispensable, al turismo de sol y playa. El futuro del turismo en España, -sobre todo en las Islas Canarias-, por su dependencia de modelos turístico-económicos poco competitivos y sostenibles, sólo puede ser turismo de mayor calidad, menos huella ecológica y más diversidad de servicios y actividades. Los turistas se preocupan cada vez más por cómo, dónde y de qué manera pasan las vacaciones. Competir con los precios, ofreciendo lo que ya existe en muchas zonas de Europa no es suficiente ni eficaz a medio plazo. La Gomera, el norte verde de Tenerife, La Palma y El Hierro, -que esperamos visitar pronto-, deben ser ejemplos a seguir, no excepciones a la regla. La gente que vive en las islas y la que las visita es responsable del cambio.
Gomera, un compendio climático en una isla abruptamente bella.




La Gomera es una isla de volcánica, como el resto del archipiélago canario. Formada hace unos 12 millones de años, sin embargo no ha conocido episodios de vulcanismo desde hace más de 2, algo que la diferencia del Hierro y la Palma, mucho más agitadas. La ausencia de erupciones y la particular formación de la isla han sido las que le dan su forma actual. Creada por sucesivas erupciones la isla de La Gomera tiene una forma redondeada con casi 400 km2 de superficie. Se suele decir que la isla es como una tarta de muchas capas diferentes. Esa estructura ha sufrido más de dos millones de años de erosión, lo que ha creado grandes valles escavados y numerosos barrancos que han eliminado muchos rasgos telúricos, sobre todo, en la forma de los conos volcánicos. Con todo, los restos de volcanes, chimeneas, columnas basálticas (los famosos órganos de la costa norte), o los pitones fonolíticos (cuellos o tapones volcánicos) como el espectacular Roque de Agando, se reconocen bien en el paisaje. Los estratos de las diferentes erupciones, con sus variaciones de materiales y colores, también se observan claramente en muchos puntos.






Pero comencemos nuestro recorrido de Gomera. La isla de Gomera posee múltiples microclimas, provocados no sólo por la altitud y la orografía, sino también por la orientación. Así, la zona norte es mucho más húmeda y boscosa gracias a la influencia de los vientos alisios que llegan cargados agua. Al chocar con las faldas de la isla y ascender, las nubes descargan su humedad.
Todo esto ni lo vemos ni lo comprendemos al llegar a San Sebastián de la Gomera, puerto principal de la isla, que nos recuerda al sur de Tenerife o Gran Canaria. Pero tengámoslo en cuenta para nuestro viaje. Las comunicaciones se hacen en ferry o avión, siempre por el este y sur. Por eso la llegada a San Sebastián no es tan espectacular, pero calma, disfruten también de esa parte más árida, igualmente abrupta y telúrica.
El único verdadero inconveniente es que el precio del ferry (o del avión) es bastante alto. Algo general en las islas, que contrasta con los bajos precios de los billetes desde el exterior. El alto precio del ferry (70€ por persona y sin vehículo) suele provocar el descontento de los excursionistas que van a pasar un solo día en la isla. Una vez más insistimos, La Gomera es una isla para quedarse entre cinco o siete días y disfrutarla plenamente y con calma. Ahí sí compensa y mucho la inversión.
San Sebastián, -ya ven que en España no hay un solo San Sebastián, sino al menos dos, Donosti, la bella y señorial dama del Norte y este otro San Sebastián, cálido y tranquilo, encajado entre los valles de la Gomera-, es un pueblo pequeñito a pesar de ser la capital de la isla. Recordemos que en toda la Gomera viven unos 22.000 habitantes, por ello San Sebastián que cuenta con 9 mil en todo el municipio, parece un pueblecito tranquilo que se encaja en el barranco y termina en el puerto donde anclan los grandes ferries.La ciudad no ha conservado tan bien el patrimonio urbano como Santa Cruz de la Palma, en la vecina isla, pero tiene algunos monumentos muy interesantes. El principal es la Torre del Conde, el edificio más antiguo de todo el archipiélago. Esta torre cuadrada data de mediados del siglo XV y hoy es el centro del parque principal de la ciudad. San Sebastián fue el último puerto donde Cristóbal Colón se avitualló antes de atravesar el océano Atlántico y llegar a América. Un pequeño museo y la iglesia de la Asunción, construidas con roca volcánica son los otros dos monumentos más destacables.
Comer en La Gomera.
Los bares y restaurantes de San Sebastián, ya muestran lo mejor de la gastronomía local: gofio declinado en múltiples formas; potaje de berros, papas arrugás; pescados a la brasa o en salsa de mojo, como el cherne (un mero delicioso); carne de cabra, de conejo o cerdo; dulces con miel de palma y el indispensable almogrote, pasta hecha con queso viejo muy curado, mojo (pimiento picante, ajo y aceite). Estos platos nos acompañarán a través de los pueblos y valles de la Gomera.
Más informaón de la gastronomía de La Gomera en nuestro próximo reportaje.



Barrancos, carreteras serpenteantes y playas.
El este y el sur de la Gomera son la parte más seca de la isla. De San Sebastián dos carreteras nos llevan al resto de la isla. La primera hacia el norte, hacia Hermigua y Agulo. Ese norte será la última parte de nuestro viaje.
La otra carretera, -todas están en perfecto estado-, conduce al centro y el oeste nos lleva al Mirador de Degollada de Pereza, cuyo nombre nos recuerda las luchas fratricidas entre guanches y españoles. De allí se puede ver, si las nieblas cambiantes lo permiten, los Roques, baluartes y frontera del Parque nacional de Garajonay. Los Roques son tapones volcánicos, es decir la zona interna de un cono volcánico donde la lava se ha solidificado lentamente. Dado que los materiales del interior del cono son mucho más duros, soportan la erosión mejor que las cenizas que constituyen el propio cono. Decenas de miles de años después sólo queda el tapón volcánico, el roque que aún erosionado, conforma una colina, en realidad una inmensa columna de basalto. El Roque de Agando es el más conocido, pero junto a él vemos otros (Roque de la Zarcita, Roque de Ojila), que atestiguan el poder del vulcanismo en la Gomera.



Sin llegar a sus pies, nos desviamos hacia el sur en dirección de Playa de Santiago. Aquí, un pequeño pueblo con puertecito pesquero y playa nos da la alegría del baño y la imagen más clásica, pero no por ello menos envidiable de las Islas Canarias. Esta será la constante en La Gomera, los cambios de clima y de estación en el mismo día. Si arriba en el mirador de Degollada hacía viento, frío y una humedad que nos recuerda un invierno sueva, aquí en la Playa de Santiago volvemos al verano, con el ¡agua a 20º en febrero! En agosto la temperatura es más alta, pero tanto el agua como el ambiente nunca llegan al bochorno del Mediterráneo. En Canarias siempre a 25º, o casi.
Playa de Santiago y Valle del Gran Rey (al oeste) son los dos grandes pueblos de mar, playa y sol de Gomera. En ellos se concentran las actividades náuticas, el avistamiento de delfines y cetáceos, los clubes de submarinismo y otros deportes acuáticos. Entre ambas poblaciones un sinfín de barrancos llegan al mar y en muchos de ellos quedan los vestigios de las fabricas de conservas que durante un tiempo fueron fuente de exportaciones, sobre todo la conserva del atún. Hoy sus edificios abandonados muestran como la sostenibilidad es esencial para una isla. Se puede llegar a ellos por numerosas rutas de senderismo.



Dejamos Playa de Santiago y ascendemos de nuevo por las serpenteantes carreteas. Sobrepasamos el pequeño aeropuerto (únicamente conexiones con Tenerife y Gran Canaria) y llegamos a Alajeró, ya situado en altura, con vistas increíbles y muchos bancales abandonados que hablan de su pasado cerealístico de la zona.
Lluvia horizontal en el Parque Nacional de Garajonay.
Volvemos a reencontrarnos con la carretera principal, la que sudeste a noroeste atraviesa La Gomera. Curiosamente la única zona llana con rectas es la del altiplano central, donde se halla el Parque Nacional y la Laurisilva, o Monteverde, como lo llaman en la isla. Laguna Grande es el punto central de la isla, donde se encuentra la recepción del Parque y de donde comienzan las visitas guiadas del mismo, visitas gratuitas y altamente recomendables. Los guías y conservadores se esfuerzan en que este patrimonio natural siga siendo un bien público al alcance de todos los viajeros que aquí se acerquen.



Todo el centro de la isla, ocupado por el Parque Nacional, disfruta de la lluvia horizontal. Una lluvia sin precipitación desde la nubes, ya que la humedad es tan grande que el agua se condensa y precipita directamente sobre la vegetación y la tierra. Y así todo el año. Ese es el motivo de la existencia de un tipo de vegetación que ha desaparecido del Mediterráneo y del que en Europa sólo quedan remedos mucho menos exuberantes y exiguos, por ejemplo en algunas zonas de Galicia y la costa cantábrica: La Laurisilva. La Laurisilva es un bosque tupido y enrevesado, poblado de hayas, laureles, tejos y helechos hiperdesarrollados, que nos hace viajar en el tiempo hasta la Europa de otros tiempos.
La zona del Bosque del Cedro, la de Laguna Grande, de Chipude, las panorámicas del Roque de Agando o la zona del Lomo de Carretón donde se disfruta de unas columnas basálticas increíbles y vistas hacia Tagaluche y el océano (esta última ruta ya fuera del parque) ofrecen infinidad de senderos para disfrutar del montañismo, llenar las tarjetas de nuestras cámaras y ver lo cambiante del tiempo en Gomera. Porque, como decíamos, en Gomera las estaciones cambian en el mismo día. Cambian, cuando después de bañarnos en febrero en el mar, en Valle del Gran Rey por ejemplo, pasamos por el invierno húmedo en el Parque Nacional de Garajonay, para acabar en una primavera suave al bajar al otro lado de la isla, en Agulo.



Los senderos del parque recorren hayas y laureles gigantescos, cubiertos de musgo siempre verde, de líquenes que parecen flotar en el aire. De las rocas surgen fuentes cuya agua tiene sabor a volcán y del suelo, dependiendo de la época nacen vegetales raros, flores extrañas y hongos de colores traicioneros. Ligeramente por encima de otros picos y conos, el pico de Garajonay llega casi a los 1500 metros de altura. A él se puede acceder con facilidad en una caminata sencilla o, si tenemos más tiempo, hacerlo desde el Bosque del Cedro. 

El norte, acantilados, vino y miel de palma.
El norte, por donde entran los alisios que son el alma y la savia de las Islas Canarias, nos encantó. Fue quizá la gota última que colma un vaso y que nos hace bascular en la desmesura. No tiene el mejor tiempo, pero si la vegetación más salvaje y más sorprendente, al menos para nosotros. Además de las palmeras y los esbozos de Laurisilva, posee muchas flores y frutales que dan color incluso en febrero. En el norte encontramos más agricultura, incluida la viña en la zona de Vallehermoso y Agulo, más vegetación y más cambios climáticos.



Para observar la brutalidad de la orografía, la bravura del mar que choca contra los altos acantilados y las particularidades de ese norte húmedo, lo mejor es subir al Mirador de Abrante justo encima del bello pueblo de Agulo. Tierra roja, rocío, las alturas y las nubes que desbordan los riscos, las olas que chocan contra las playas de piedra y las rocas negras que un día fueron volcán o lava. La impresión del mirador colgado sobre el abismo es sobrecogedora. Del mirador parten varios senderos que recorren la zona.

Abajo, Agulo, el pueblo gomero con el patrimonio urbano mejor conservado, contrasta por su pequeñez. Después bajaremos a él dando un largo rodeo, o para los más animados por un sendero espectacular y disfrutaremos de sus calles empedradas, de sus edificios de estilo canario y de sus pequeños bares y tascas, donde se cocina de lo lindo. Y si encuentran vino local, mejor del embotellado, no lo duden, descorchen la botella, es delicioso. En Agulo nos alojamos en un hotel rural encantador, una antigua casa señorial canaria con su tradicional patio abierto. La acogida y la buena conversación de sus propietarios hizo la estancia más agradable si cabe.
La carretera que va desde Hermigua hasta Vallehermoso y que pasa por Agulo es espectacular. Pueblos encastrados entre los barrancos y los acantilados, bancales colgados de forma increíble; antiguos cargaderos (pescantes) por donde, no quiero imaginar cómo, dada la brusquedad del mar, se sacaban los productos de exportación y se recibía todo lo que la isla necesitaba; túneles, roques; nubes que respetan aristas rocosas deshaciéndose al pasar de vertiente; cambios de luz y de temperatura. Todo es sigiloso y brutal, todo es extraño, como venido de un pliegue temporal por donde nos hubiéramos colado sin saberlo. Pronto nos recuperamos del susto, ya que la gente es amable y tranquila. El estrés no perturba La Gomera, lo decimos con todo el respeto y la admiración, ya que consideramos que es un privilegio poder vivir así.



En Arure, también el norte, justo donde la carretera cae otra vez hacia Valle del Gran Rey conversamos con los dueños del bar resturante El Jape que, admirados, nos escuchaban hablar de nuestros viajes y nuestro trabajo. No veían que los admirados éramos nosotros, por ver a gente que vivía continuamente en ese lugar tan agraciado. La Gomera tiene problemas de paro, de servicios, problemas como en cualquier otro lugar. A ellos se añade la doble insularidad de La Gomera, con respecto al resto de España y a Tenerife. Sin embargo, hay mucho potencial en La Gomera, hay muchas posibilidades que la gente que ha nacido allí debe descubrir, quizá viajando, como los viajeros descubren su tesoro, visitándoles y, a veces, quedándose allí. En un mundo tan poblado y con ciudades donde tanta gente es incapaz de encontrar su camino, la vuelta al ámbito rural, para revitalizarlo, conservarlo y proteger la naturaleza, debería ser una posibilidad para quienes quieran cambiar de vida.
Vinos de La Gomera.



El norte también es Vallehermoso centro vitivinícola de la isla, donde la D.O de La Gomera intenta, con magros medios, desarrollar el vino de la isla. El problema del vino en las Canarias es que los propios canarios no lo aprecian suficientemente y que el vino embotellado es visto con desconfianza. Gran parte de la ya de por si escasa producción de uva se usa para fabricar artesanalmente el muy popular vino a granel. Y cuando se descorcha una botella, se prefiere un Rioja o un Ribera del Duero, cuyos precios son muy competidos. Los vinos canarios, delicias desconocidas, quedan en tierra de nadie.
Nos fue imposible beber un vino de la Gomera en un restaurante a doscientos metros de la sede de la Denominación de Origen. Sólo había a granel y no es lo mismo, ¡en cambio nos ofrecieron un reputado vino de Ribera del Duero! La compleja geografía canaria, sus suelos, sus cepas prefiloxéricas otorgan unos sabores y aromas a los vinos que nunca hemos degustado fuera de allí. Esperemos pues que las bodegas y la Denominación de Origen consigan los medios para intentar revertir está situación.
Vallehermoso es bello por su barranco, por sus roques y por la vegetación que recubre las laderas serpenteantes. En febrero los nísperos ya se pueden comer, las papayas crecen todo el año, las patatas también, el vino es exquisito, la temperatura no baja y si queremos sol solo hay que ir al sur-
La palma, el tesoro y su miel.



La palma, la palmera, ha sido uno de los tesoros de las Canarias y de La Gomera. De esta planta se aprovecha todo, como bien aprendimos en el Casa de la Miel de palma de Alojera. Desde las raíces hasta la savia, todo es utilizable, como combustible, material de construcción o alimento. Durante mucho tiempo el cultivo de la palma, como la agricultura en general, han sido minusvalorados. El centro de interpretación intenta devolver el valor (social, cultural y económico) a los agricultores. Hoy la miel de palma es un producto reputado y ello está sirviendo para que en La Gomera, y fuera de ella, se conozca la importancia de este cultivo y de quienes lo realizan. La miel de palma es la savia de la palmera, una vez cada cuatro años se corta la parte alta del árbol y se extrae durante unos meses. Esa savia se cuece para concentrarla y obtener ese néctar, un liquido meloso y dulce pero carente del dulzor basto del azúcar refinado. Utilizado en la gastronomía, e incluso en los cocteles locales (el famosos gomerón), alimenta un pequeño sector manufacturero, sobre todo en la zona de Alojera.
Este tipo de pequeños proyectos no pueden modificar ni siquiera la estructura económica de una isla pequeña. Pero la generalización de pequeñas alternativas podría dar la réplica a los proyectos faraónicos que siempre benefician a las mismas personas, que acaban por desvanecerse dejando huellas indelebles en los paisajes, contaminación, más desempleo y muy poca esperanza. Confiamos en que la miel de palma sea un ejemplo a seguir, que mantenga su escala humana y que anime a otros.
Naturaleza y habitantes, el equilibrio delicado siempre.



El ser humano y el medio ambiente han conformado lo que hoy es la Gomera. La erosión ha excavado los valles de este paraíso donde se encuentran las poblaciones más importantes y que suelen acabar en pequeños puertos: San Sebastián de la Gomera, Hermigua, Vallehermoso, Alojera, Valle del Gran Rey, la Dama y Playa de Santiago. En esos valles se desarrolló la agricultura, aprovechando las buenas condiciones de riego.
Progresivamente, la agricultura se desplazó a zonas más altas gracias a los bancales, las terrazas que aún hoy son marcas de paisaje de la Gomera. Los primeros pobladores de las Canarias, los guanches (poblaciones de origen bereber llegadas desde África) se dedicaban principalmente a la ganadería pero una agricultura complementaria se estaba desarrollando cuando llegaron los europeos.
Al formar parte de la corona de la recién constituido Reino de España, se establece un modo de producción semifeudal donde la agricultura es la base de la economía. Se cultivaron cereales, maíz, palmeras y frutas tropicales como los aguacates, papayas y los famosos plátanos.
En el siglo XIX y XX los problemas de la agricultura y el injusto reparto de los recursos obligaron a emigrar a muchas personas hacia América, el resto de las islas y de España.
Tras la Guerra Civil el proceso se agudiza, y hoy la mayoría de los terrenos se han abandonado. La falta de oportunidades, de apoyo a los pequeños emprendedores hace que la emigración a Tenerife y la península siga siendo una sangría para una isla que necesita personas capacitadas y voluntariosas.



Hoy, en plena crisis, la recuperación de los espacios rurales no es sólo una solución, es una obligación. Nuevos modelos económicos más locales, recuperando la agricultura y aplicando los conocimientos que tenemos ahora, pueden revitalizar el sector y dar trabajo y una buena calidad de vida a muchas personas. Las condiciones climáticas de la Gomera harían posible una nueva economía, no de inmensas cantidades, pero si de productos de nicho, de calidad que, combinados con el turismo, posibilitarían el anclaje de la población y la atracción de otras personas, dando vida a toda la isla.
En un contexto social más saludable sería posible proteger con mayor facilidad y medios los tesoros naturales de las islas. Porque, además, el despoblamiento plantea problemas a la naturaleza, paradójicamente. El abandono de las antiguas tierras de labranza provoca el crecimiento de la superficie forestal y de monte bajo fuera del Parque Nacional. Y esto favoreció la extensión del último incendio de 2012 que afectó a un 11% de la isla.
La Gomera puede ser un ejemplo de turismo de calidad, responsable, sostenible y socialmente beneficioso. Posee una naturaleza exuberante y diversa, donde el senderos, los deportes de aventura y náuticos pueden disfrutarse sin demasiadas infraestructuras. Posee una costa rica en fauna marina y con playas suficientes para ofrecer el complemento de sol y calma necesario a todo viaje. Cuenta con una gastronomía rica y sabrosa, con productos locales, patrimonio y cultura (silbo, salto del pastor, pescantes, antiguas factorías conserveras…). Sobre todo es una isla donde los desastres urbanísticos no han sido la norma, una isla donde la eficiencia y la autonomía energética podrían ser similares a las de la vecina del Hierro, una isla con muchas posibilidades.
Todo depende de las instituciones públicas, de la isla, la Comunidad Autónoma y del Gobierno central que quizá debiese retomar las riendas de la política nacional con proyectos para todos los ciudadanos del país. No olvidemos, sin embargo, que los políticos y el Estado no son más que emanaciones de la soberanía popular, y que los resultados de las elecciones los deciden los ciudadanos con su voto. Nada puede cambiar a nivel político si los ciudadanos no cambiamos nuestra manera de vivir, de consumir, de trabajar y de pensar. Todo depende de nosotros mismo, es decir de las personas.
En este viaje hemos conocido a algunas. Personas que hacen de su trabajo un oficio valiente y honrado, que se esfuerzan en cambiar las cosas a pequeña escala y que aspiran a mejorar sin hacerse millonarios. Personas que dejan su impronta en los hoteles y casas rurales, guiando a los viajeros, trasmitiendo cultura y tradiciones, adoptando las buenas costumbres, prácticas y avances científicos que mejoran, o que podrían mejorar el mundo. Gentes que han decidido vivir en La Gomera porque la Gomera es un gran lugar para vivir, que con su trabajo y esfuerzo intentan que el futuro no sea tan malo como el presente. Su ventaja es que viven cerca del paraíso.

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